Éramos unos chiquillos en plena vorágine hormonal adolescente. En los recreos de cinco minutos, entre clase y clase, a salvo de la mirada de los profesores, nos entreteníamos representando pequeños 'sketches' teatrales (ahora unos gángsters intimidando al bueno de forma vil y cobarde, después Liza Minelli y Joel Grey cantando aquello de 'Money makes the world go around...', o más tarde cualquier cosa de los geniales Martes y Trece). Todos los números tenían algo en común: la palabra.
Pero un día le vimos en la tele sumergirse en una bañera sin agua, dándole a las llaves del grifo, haciendo que el agua -inexistente- estuviera a punto de rebosar por todos lados. Las manos reproducían en el aire las ondas del líquido rebelde y de aquella boca salían las onomatopeyas más perfectas que jamás habíamos escuchado: "scumm, splosh, swooosh, scjascjascaj...". Faltaban aún mucho años para que se dijera así, pero realmente 'nos partimos la caja' viéndole hacer. De verdad. Hasta las lágrimas. Esos ruidos y gestos pasaron a ser los protagonistas casi únicos de nuestros recreos de cinco minutos. Y aún hoy, cuando nos juntamos los de entonces, siempre los recordamos y los repetimos con la sonrisa de oreja a oreja. Todo esto puede resultarles intrascendente, lo sé, pero he decidido contarlo, porque tal vez a Pepe le habría gustado saberlo y, aunque él ya no pueda escuchar, yo tenía que decírselo. Gracias por su maravilloso regalo, señor cómico.
Y yo también me cago en "la puta españa, la negra, cavernícola, reaccionaria, casposa y fascista". Esto también tenía que decirlo. ¡Hala! Ya se pueden poner a lincharme...
pero si eres un chavalín, o él estaba algo estropeado o tú te conservas de lujo. En cualquier caso envidiable recuerdo...
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