AIG es la aseguradora por antonomasia en los EE.UU. Para salvarla de la quiebra, el gobierno norteamericano decidió inyectar 170.000 millones de dólares para sanear sus maltrechas finanzas. Acto seguido (no había hecho la aguja hipodérmica más que rozar la piel), los altos cargos de tan egregia empresa acordaron, con un medalagana deliciosamente naif, el gracioso reparto de 165 millones de dólares en bonificaciones a sus diligentes personas. Seguro que lo recuerdan ustedes.
El secretario del tesoro, Timothy Geithner, ha anunciado ahora que esa cifra se quedará en la jeringuilla. Yo dudo mucho que la medida sirva para que esos 165 sean reembolsados o devueltos (más bien estoy seguro de que no lo serán). Aún así, la decisión me parece acertada. Pero lo mejor de todo es que un republicano, el senador Charles Grassley, ha adelantado a Obama por la derecha, invitando a esos directivos a seguir el ejemplo japonés: pedir en primer lugar perdón públicamente y tras esto optar por "dimitir o suicidarse". Secundo la moción, pero le ha faltado conminarles a que, antes de optar, devuelvan lo robado.
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