jueves, 12 de marzo de 2009

El cemento armado


Perdonen que insista en lo que escribí hace dos semanas. Ustedes pensarán que seguramente arrastro alguna especie de trauma infantil que explicaría por qué me meto con los curas con tanta asiduidad. No me atrevo a decir que no lleven ustedes algo de razón, pero por ahora el único motivo que veo es porque se lo buscan, tú. Simplemente me pasa, poco más o menos, lo mismo que a mi admirado Pepe Alemán con su musa, J.M. Soria. Le creo -y le comprendo- cuando asegura que nada le haría más feliz que no tener que dedicarle ni una línea de sus escritos, pero que el dichoso prohombre no se deja. Y es que hay cosas, como cuando alguien te mete el dedo en el ojo en cuanto puede, que deben ser denunciadas. Para preservar la debida y urgente salud del ojo en primer lugar, pero también para que el 'oculicida' se vea retratado tal como es, por sus actos, para el público escarnio, si procede. ¿Estamos de acuerdo en esto? Pues ahí va entonces, en rigurosa negrita, mi denuncia, no por sabida menos cierta:

La ambición de los jerarcas de la iglesia católica en España no tiene límites. Su caradura tampoco.

Por lo menos esta vez he podido ser breve, gracias a don Gustavo Vidal que lo explica mucho mejor que yo, de aquí a Roma.


2 comentarios:

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