lunes, 16 de marzo de 2009

En un Hawker 800 cualquiera


De todas las maravillas a las que su cargo le había dado acceso, ésta era de las mejores, sin duda. Pocos mortales tienen la oportunidad de saber lo que se siente al paladear un exquisito malta con hielo, relajado en un pedazo de sillón de auténtico cuero vacuno y aletargado por el suave runrún de dos motores de 20,7 Kn que te llevan a 840 kilómetros por hora y a 40.000 pies de altura hacia el parnaso y sin escalas. Ahora él -pensaba, mientras subía, uno a uno, los cinco peldaños del reactor- iba a ser uno de esos pocos. Se lo merecía, después de todo lo andado, ¡qué diantres!

Manteniendo el tipo con británica flema, como si el fascinante entorno le resultara de lo más familiar, se apoltronó en el asiento indicado y elogió a su anfitrión la decoración y el buen gusto en la elección de la tapicería. La costumbre de años le llevó a buscar el cinturón de seguridad para abrochárselo, pero sus proverbiales reflejos le avisaron a tiempo de que no hacía falta y de que, además, no había. No en un avión como ése, un avión para los elegidos, para los que se manejan sin trabas ni ataduras de ningún tipo. El avión de los que triunfan. Un avión donde tú pones las reglas. Su avión.

En el trayecto hasta la cabecera de pista fueron despachadas todas y cada una de las cuestiones de índole técnica que pudieron suscitarse, de forma que el despegue aconteció en el más absoluto silencio hasta que la nave se estabilizó en altura y velocidad de crucero. Aprovechó entonces para pasear con disimulo la mirada por los mil y un detalles: las rutilantes luces del cockpit, el aura celestial de la luz indirecta reflejada en la bóveda de kévlar, el brillo de la madera de boj exquisitamente lacada, la perfección en todas las costuras y remates del imponente mobiliario, el ikebana de orquídeas sobre la mesita... Aceptó el whisky que le ofrecían y cerró los ojos con el primer sorbo ya en la boca. Su olfato tampoco supo permanecer ajeno a la sutil mezcla de aromas que sólo el más exclusivo de los lujos puede proporcionar. En el hilo musical sonaba el canon de Pachelbel. Aquello fue ya demasiado. Nuestro hombre se encontraba literalmente al borde de las lágrimas. Pensó que era el momento ideal para agradecerle a su anfitrión todas sus atenciones. Le iba a hacer muy feliz con una noticia que le tenía guardada para la ocasión, pero, cuando le inquirió al oído por su nombre de pila, no le respondió. Se había dormido.

"Tengo que contárselo, tengo que contárselo" -se decía para sus adentros. Faltaban unas cinco horas para llegar al destino y el tiempo transcurría con una lentitud exasperante. Reparó en el estropicio que estaba causando en sus uñas, cesó de mordisquearlas y abrió una revista de pasatiempos. Cada tanto, distraía sus ojos del sudoku para dirigirlos con impaciencia al vecino de asiento. ¿Se despertaría alguna vez?

Nota del Autor: Continuará y cualquier parecido con la realidad es pura chiripa.


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