lunes, 27 de julio de 2009

Obama y Honduras


Zelaya tiene razón: reclama a Obama que actúe "con fuerza" contra los golpistas. En el comienzo de la crisis hondureña -es decir, tras el golpe de estado, porque fue un señor golpe de estado- la postura del presidente norteamericano fue la de unirse al coro internacional de los que reclamaban el respeto a las normas democráticas y la restitución del cargo al presidente exiliado a la fuerza. Pero parece ser que la boca se le va haciendo más y más pequeña al rey del mundo conforme pasan los días. Y los días pasan precisamente porque el rey del mundo lo consiente. No puede dejarse de lado el hecho de que a EE.UU. le viene de perlas poner freno a la expansión de las políticas despreciativamente tildadas de "populistas" y que simplemente propugnan un reparto más justo de las riquezas en países con un vergonzante desequilibrio social y un control más exhaustivo sobre las transnacionales que explotan esos recursos o controlan su comercialización y exportación. La democracia no vale en estos casos, porque el incómodo poder de esos regímenes "populistas" ha surgido precisamente de las urnas, así que golpe al canto. Es un encontronazo en toda regla entre el discurso de la democracia y su aplicación efectiva, teniendo en cuenta los poderosísimos intereses capitalistas de las multinacionales. Obama pone el discurso bonito, el poder real de Washington -CIA y Escuela de las Américas mediante- pone los deplorables hechos y la cosa se estanca.

Por eso, creo que Zelaya ha dado en el clavo. La única opción que queda es poner a Obama entre él mismo y su sombra. La comunidad internacional debería aunar esfuerzos para hacer que el presidente norteamericano se definiera mediante una declaración firme que incline la balanza en uno u otro sentido. En primer lugar, para no demorar más en el tiempo la solución del conflicto, haciéndole así el juego a los golpistas- y, en segundo lugar, para que el mundo entero sepa quién gobierna realmente en EE.UU. -fuera máscaras- y quién, en consecuencia, seguirá gobernando en Honduras. No hay otra. Salvo la revolución, claro, pero ésta lo suele dejar todo perdido de sangre.

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