martes, 7 de julio de 2009

Las garras de Bush


Mientras la CNN le hace el juego a los golpistas, los empresarios hondureños toman distancia del gobierno de Micheletti. El sector empresarial hondureño, que había venido apoyando el golpe de Estado, se ha desmarcado del gobierno de facto encabezado por Roberto Micheletti que se va quedando solo conforme pasan las horas. El ex presidente Carlos Flores Facussé, propietario del diario La Tribuna y señalado como uno de los principales ideólogos y promotores del golpe, ha salido del país rumbo a Washington con su familia (¿cómo era aquello de las ratas del barco?). Se da la circunstancia de que Facussé se había reunido junto a los empresarios Ricardo Maduro y Rafael Ferrari con representantes del gobierno de Micheletti este domingo, poco antes de que Zelaya tratase de tomar tierra en Tegucigalpa. Si el vector actual de los acontecimientos persiste, es sólo cuestión de horas que El País, la CNN y RNE se pongan también de parte del presidente electo Zelaya, como no podía ser de otra manera. Y no descarto que, en el transcurso de los próximos años, hasta Aznar acabe sentenciando que lo de Honduras fue un golpe de estado en toda regla, por si alguien no se había percatado.

En Honduras hay en estos momentos dos políticas enfrentadas y ambas parten de EE.UU. La golpista tiene su origen en la administración Bush y en el Pentágono. La otra, con algo de sentido de la vergüenza, en la Casa Blanca. Me explico: Los EE.UU. cuentan con la base militar Soto Cano, en Palmerola, a 97 kilómetros de Tegucigalpa, y los militares hondureños poco o casi nada hacen sin el consentimiento de sus similares estadounidenses. La base de Soto Cano se encuentra actualmente bajo las órdenes del coronel Richard A. Juergens. Al parecer, fue este mismo militar estadounidense quien dirigió el secuestro del presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide cuando ocupaba el cargo de director de Operaciones Especiales del Special Operations Command. Aristide también 'firmó' entonces una carta de renuncia al cargo de presidente, extrañamente similar a la de Zelaya. Blanco y en botella, leche. Y más si, encima, el envase se repite. Embotellada de aquella forma por la administración saliente de Bush y desayuno indigesto y obligado para un Obama que quiere desmarcarse, pero que no acaba de hacerlo. Es otra prueba de fuego para su declarado respeto por la democracia.

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