Compungido, desolado, inerme, anonadado, derrotado, atónito, estupefacto, extrañado, pasmado, patidifuso, decepcionado, triste, ensimismado, meditabundo, pensativo, abismado, abobado, boquiabierto, patitieso, alelado, enajenado, tarado, deprimido, fuera de combate, noqueado y, por último, sin palabras. Así estoy yo, más o menos, biorritmo ariba, biorritmo abajo.
Porque he estado esperando sus palabras de alivio durante dos y tres días, sin que llegasen. Porque esperaba verle el lunes pasado a las siete ante la embajada de Honduras en Madrid y no fue (he revisado el poco material fotográfico que ha caído en mis manos y no aparece por ningún lado, nadie me asegura que estuviera, hay quien incluso sostiene que en ese momento estaba en otro lugar). Yo ya no albergo dudas: no fue.
Porque yo le tenía por un recio demócrata, pero no ha querido defender la democracia cuando, como y donde más falta hace, como haría cualquiera. Porque, encima, hoy le ha querido dar visos de legitimidad a todo un señor golpe de estado. Porque él, en definitiva, ha dejado de ser mi ídolo.
Me ha dejado huérfano, el muy desgraciado. Ya no hay consuelo para mí.
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