Creo que nadie se puede hacer el sorprendido, a estas alturas (o, más bien, a estas honduras). El golpe de estado perpetrado por el ejército hondureño estaba cantado desde hacía días. Se sabía que Zelaya peligraba en su puesto de presidente, pero nadie ha hecho nada para impedir que ahora mismo esté exiliado, vivo de milagro y junto a su familia, en Costa Rica. Los generales han desempeñado diligentemente su papel, siguiendo al pie de la letra un guión que tiene más de cien años de antigüedad. La derecha terrateniente y la aristocracia de Tegucigalpa no iban a consentir así como así que la democracia les arrebatase sus privilegios, así que golpe al canto. No más Venezuelas, no más Bolivias, no más hacer el tonto.
Es una lástima que, por una vez, a mi admirado Aznar le haya abandonado el desodorante de sus célebres dotes analíticas. El pobre hombre se ha puesto como loco a reclamar la intervención extranjera en Irán para acabar con el fraude electoral del "fanático Ahmadineyad", sin reparar en que lo de Honduras es mucho peor: no se trata de un fraude electoral cualquiera -como el que protagonizó Estados Unidos en 2004, por ejemplo-, sino que es la aniquilación misma de la democracia.
Como nuestro hombre es uno de los mayores defensores de la democracia que han visto mis ojos -y los de ustedes también, aunque pretendan dudarlo-, estoy seguro de que, en el transcurso de las próximas horas, dos o tres a lo sumo, procurará por todos los medios arrojar algo de luz acerca de lo que hay que hacer en un caso como éste que, seguramente, está causándole desvelos. Por cierto, en Madrid, a las 19:00 de hoy lunes, está prevista una concentración frente a la embajada de Honduras. C/ Rafael Calvo 15. Metro Iglesia o Rubén Darío. No sé si decírselo, para que no deje de ir.
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