Se empieza por decir que una huelga secundada por hasta un 35% de la población no ha existido y que todo el mundo ha acudido tan contento a su puesto de trabajo; se sigue con 77.000 toneladas de petróleo que se transmutan en hilillos de plastilina a lo Houdini; después se persevera con denuedo sin abandonar la senda, asegurando que hay armas de destrucción masiva en Mesopotamia sin que haya evidencia alguna y, por último, se mantiene durante años la conspiranoide autoría etarra del atentado más salvaje que ha sufrido este país en toda su historia, a sabiendas de que no es cierto lo que se dice (de serlo, habría sido, hasta esa fecha, el único atentado de E.T.A. sin aviso previo por parte de la banda). Al lado de esto, asegurar sin pruebas que el gobierno nos espía, que tú te pagas tus trajes cuando no es verdad o echar la culpa a un periodista de ser el autor intelectual de la agresión a otro por cuestiones de ideología son simples minucias que no vienen al caso. O sí. Veamos.
Que la mentira anda institucionalizada en nuestra casta política es algo innegable. Tenemos ejemplos de sobra en todos los partidos que nos han gobernado, pero hay sutiles diferencias en la reacción que unos y otros adoptan cuando son pillados in fraganti. La estrategia Aznar consiste en no reconocer jamás de los jamases que mentiste, mintiendo para ello una vez más si es preciso ("...cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía"). José María sigue diciendo hoy que la decisión de alentar y secundar la invasión de Irak fue la correcta. Si esto lo hace el presidente honorífico de un partido político con tanta naturalidad y desparpajo, ¿cómo no van a imitarle sus acólitos y todos aquellos que le tienen tan en estima? Así, es el día de hoy y Esperanza Aguirre no se ha disculpado lo más mínimo por el chorro de mierda que arrojó hace pocos días al Gran Wyoming a cuentas de la agresión sufrida por Hermann Tertsch a la salida de un bar. Wyoming tampoco las ha pedido, porque de la lideresa no cabe esperar tales disculpas. Y esto también lo sabe de buena tinta el Dr. Montes, por ejemplo.
Puede que la mentira y el descaro formen parte activa de la política desde siempre, pero Aznar, con su exitosa estrategia del "Todo Vale" que le aupó a La Moncloa -y con todo lo que vino después y que ya he citado arriba-, la introdujo a largo plazo en el seno del PP, encumbrándola como la herramienta más útil, así, sin complejos (¿Mentiroso yo? ¡Tururú!). Él inició la senda, la sigue abriendo cada vez que abre la boca, los demás le siguen. Es la derecha que nos ha tocado. Así de humilde y civilizada. La buena educación de los colegios de pago, que le dicen.
La mentira institucionalizada
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