lunes, 25 de enero de 2010

Cuando la calle es popular


Siempre he sostenido -eso sí, por la cara y sin estadísticas ni estudio alguno que me avalen- que durante la transición española, mientras los jóvenes de izquierda se ausentaban de sus clases universitarias para manifestarse en la calle, enfrentándose primero a los grises y después a los maderos, los vástagos de la derecha pudiente de este país aprovechaban mucho mejor su tiempo en las más brillantes universidades privadas del extranjero, obteniendo provechosos másters en marketing y técnicas publicitarias, por ejemplo. Para ello me baso fundamentalmente en la apreciación subjetiva de que el Partido Popular, ya desde su mismo nombre -mucho más llano y menos pretencioso que el de su matriz, Alianza Popular-, estaba configurado como un moderno producto de consumo, fácilmente vendible al electorado (otra cosa es que la memoria del reciente pasado franquista les hiciera tener que esperar más de 12 años a que les llegara el turno de gobernar).

A lo que iba: 'Partidosocialistaobreroespañol' es un palabro demasiado denso para la época mercadotécnica en la que nos ha tocado vivir. Además, se adscribe a una ideología concreta (que puede retraer el voto de los que se definen como 'apolíticos') y a una clase social determinada (de la que incluso sus propios integrantes reniegan). Por contra, 'Partidopopular' es un término mucho más escueto y generalista, indefinido a priori en lo que a ideologías respecta y capaz de llegar más y mejor: cualquiera podría pensar "Yo soy del pueblo, luego éste es mi partido". O, más aún: "Es el partido del pueblo. ¡El verdadero partido del pueblo!" Esto no conviene ser tomado a la ligera o como una solemne bobería mía: se lo he oído decir a muchísima gente. Sobre todo, joven.

Este bucle mental de gran implantación social, a lo que se ve, les sigue funcionando a los 'populares' la mar de bien. Sólo hay que analizar el tipo de oposición que vienen realizando desde que perdieron el poder, para constatar que se postulan siempre como los únicos portavoces válidos del españolito de a pie, de la gente normal, de las personas sensatas... y como los exclusivos adalides del sentido común. De esta forma cosechan seguidores y recolectan votos. Nadie quiere tenerse por insensato y los locos que no les apoyan están perdidos y no valen un pimiento: malos españoles, gente no popular.

Y, por descontado, como ellos sí son populares, también son los que más cerca están de las familias de las víctimas. Más cerca que ellos, nadie. Por eso saben perfectamente lo que la gente quiere. Lo acaba de decir Javier Arenas: El PP pide debatir sobre la cadena perpetua porque "la calle" lo quiere. Su calle. La calle popular. La que cuenta. La que sólo tira del cerebro límbico.

La calle que no quería la guerra de Irak no contaba, la que quiere cadena perpetua sí.

* La foto es de Paco Sánchez. El gesto reflexivo de Javier Arenas es del propio Javier Arenas.

2 comentarios:

  1. La mediocridad es general. El PP -véase mi blog sobre Aznar- es un heredero de la vieja derecha española -anterior a Franco- y el PSOE es víctima de su indefinición y errores.
    Esto de acudir a lo límbico no es patrimonio del PP. Lamentablemente el PSOE también ha entrado en esa cuerda. Lo dicho...mediocridad...
    Saludos

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  2. Un excelente repaso por la transición, Sr. Aragüés. Le felicito y, si me lo permite, enlazo desde aquí su post, recomendando su lectura a todo el mundo (http://antoniomonegros.blogspot.com/2009/06/aznar-y-la-crisis.html)

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