sábado, 9 de enero de 2010

Escenas Celestiales XXXVIII


Se había pasado la vida entera soñando con el Cielo y ahora que hace tiempo que ya está en él, recuerda cada día, con indescriptible nostalgia, las sensaciones que no le acompañarán más, porque tan sólo es un alma y no tiene cuerpo: el frío que le hacía tiritar, las duchas calientes, el suave roce de la hierba en los pies descalzos, el aire fresco y el rocío de las mañanas lluviosas con su olor a tierra mojada, el dulce sopor que solía abrir la puerta a los más variados sueños, la aceleración de los aviones en la pista de despegue, el vértigo de mirar hacia el cielo estrellado cuando no ves nada más (parece que cuelgas boca abajo de la superficie terrestre), el sabor salado de las lágrimas o los estertores producidos por las carcajadas cuando la felicidad solía desembocar en carcajadas. Menos mal que, al menos, puede volar o disfrutar de la siempre minusvalorada contemplación divina, porque, de lo contrario -y esto se lo aseguro yo a ustedes- daría cualquier cosa por volver a estar vivo.

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