miércoles, 21 de octubre de 2009

Lo bonito es que no se entere nadie


Hubo lágrimas, claro. Una fulgurante trayectoria política truncada justo cuando los pelucos caros empezaban a lloverle. Mal asunto. Hubo lágrimas, ya digo. De cocodrilo Lacoste, o sea, pero lágrimas al fin y al cabo. Su jefe no le quería despedir, pero el jefe de su jefe, por una vez, se puso bravo. El superjefazo debería haber despedido a su subordinado directo en lugar de a este pobre hombre, que no tenía culpa de nada ("estaba así cuando llegué", ¿recuerdan?), pero la vida tiene estas cosas. De todas formas, como en Valencia todo es mucho más bonito que en el resto de España -incluida la vida-, resulta que el doloroso despido no es tal. Costa sigue ejerciendo como secretario general de Camps, despacha en la sede del partido y viaja en coche oficial, aunque ya no comparezca en ruedas de prensa y lo haga todo muy veladamente, para no alentar suspicacias y para que el asunto no parezca feo. Va a ser cierto lo que dice Camps acerca del apoyo tan bonito que los del PPCV se brindan entre sí cuando arrecia la tempestad. Se entiende así la perenne sonrisa que porta cincelada en su cara. En realidad, son Camps y los suyos los que son muy amables y muy agradables... y no los periodistas, que incordian más de lo que deben.

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