viernes, 23 de octubre de 2009

La Habana, città aperta...


Soy de los que opinan que Cuba y su proyecto revolucionario merecen un respeto, desde el momento en que miramos hacia otros países del Tercer Mundo y comparamos los logros de unos y otros. También soy de los que piensan que el socialismo castrista está plagado de errores, como cualquier otro sistema político -¿o acaso el nuestro no los tiene?-, y que son los propios cubanos quienes continuarán mejorándolo y escribiendo las próximas páginas de la historia de su país. Todos los cubanos. Todos. Los que se avienen al régimen y los que no. Si el socialismo se construye de espaldas al pueblo, no es socialismo. Si se construye a sus expensas, menos todavía. Y si no se cuenta con los ciudadanos, o peor, si se les teme, entonces apaga la luz y vámonos.

Por eso mismo, no acabo de entender -y no lo he comprendido nunca- qué miedos, temores, recelos o animadversiones puede tener el gobierno cubano -antes sucedía con todo el bloque socialista- a la hora de permitir la libre circulación de todos los ciudadanos de ese país. Todo ser humano debería ver respetado su derecho a moverse libremente sobre la faz de La Tierra, al menos, hasta donde le alcancen los ánimos, la vida y el bolsillo. Sin tener que pedirle permiso -ni papeles- a nadie. Y cuando digo todos, incluyo a Yoani Sánchez y a Yohandry Fontana, por supuesto.

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