sábado, 20 de marzo de 2010

Escenas Celestiales XLVIII


El paisaje que de repente le rodeaba no tenía nada que ver con los lugares por los que se había movido desde que llegó al cielo. Hacía miles de años -por tratar de definirlo en tiempo terrestre- que se había acostumbrado a escenarios oníricos y cambiantes con cada ligero estertor de sus caprichos. Así, un bajel pirata se convertía sin avisar en un rascacielos gótico invertido y, al cabo, se 'derretía' en un mar de arena de millones de colores que se evaporaba sin hacer ruido, para acabar tomando la forma de un unicornio de cinco ojos. Un océano rosa se solidificaba en doscientasveintidós fichas de dominó que levitaban contra una guitarra de nácar hasta desaparecer en su interior. En ese momento, la guitarra sonaba como un coro de voces estridentes que se calcificaban en volúmenes pétreos cual témpanos de hielo llenos de grietas con gusanos, crisálidas y mariposas. El cielo le había acostumbrado a esta sucesión alocada de ambientes e imágenes, pero ahora era distinto. Se hallaba en una habitación en la que nada cambiaba. Una habitación tan grande que no se podían ver las paredes ni el techo que la limitaban, pero era una habitación y de eso no había duda. No estaba seguro de lo que debía hacer. Trazó mentalmente una línea recta sin puntos de referencia concretos y avanzó, tratando de no desviarse. Por más que caminaba, el paisaje era el mismo. ¿O no?

Conforme pasaban los años -por tratar, de nuevo, de definirlo en tiempo terrestre- se podía apreciar una especie de retícula allá a lo lejos. Una retícula que iba tomando consistencia y definición conforme se le acercaba. Se asombró al comprender que lo que estaba ante él era una inmensa pared de pantallas de televisión. Miriadas de monitores formando un plano que se perdía de vista en la altura y a ambos lados. Se acercó lo suficiente para comprobar que cada monitor correspondía a un alma distinta. Seguramente, él también contaba con un monitor personal, en algún lugar de aquella inmensa habitación, registrando todos y cada uno de sus gestos y pensamientos. Le entró pánico, algo que no recordaba haber sentido antes en el cielo.
- ¿Dónde estoy?
- Estás en mi interior, contemplándome. - retumbó una voz desde lo más alto.
- ¿Eres dios?
- ¿Quién si no?
- ¿¿Estás hecho de televisores??
- No. He querido que vieras cómo controlo a todas las criaturas que han sido, son y serán. Como tarjeta de presentación no está mal, ¿verdad?
- ¿Y estos monitores?
- No son reales, pero así te haces una idea de cómo funciono.
- Como un gran ordenador central de la KGB, ¿no?
- Exacto, pero mucho más sofisticado. Tanto, que no podrías entenderlo jamás.
- Me das pena.
- ¿Qué dices, insensato? ¡Soy Dios!
- Estás terriblemente solo.

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