sábado, 13 de marzo de 2010

Escenas Celestiales XLVII


- Acabo de caer en la cuenta de que llevo sin dormir desde que llegué... ¡y no tengo sueño!
- Claro. Las almas no dormimos. ¿No te habías fijado?
- No. ¿Cómo iba a hacerlo? No hay día ni noche, he perdido la noción del tiempo.
- ¿Cuánto hace que llegaste?
- Imposible precisarlo.
- Para un alma no hay nada imposible.
- ¿Y cómo puedo saberlo?
- Tienes que mirar en tu interior y hallarás la respuesta.
- A ver... déjame que mire... ¡329 años! ¡La leche! Si parece que fue ayer.
- ¿Cómo no te habías dado cuenta hasta ahora?
- Pues porque, de repente, me dio por pensar que igual todo esto era sólo un sueño... y me acordé de que yo solía dormir cada noche cuando estaba vivo y soñaba mucho cuando dormía, así que un pensamiento me llevó al otro.
- Pero esto no es un sueño.
- No, ¿verdad?
- De ninguna de las maneras. ¡Esto es el Cielo! Tu existencia en la Tierra servía únicamente al propósito de acabar aquí. Esto es la realidad verdadera. Todo dios lo sabe.
- Entonces, ¿por qué, si lloro, no tengo lágrimas? ¿por qué no siento calor ni frío? ¿por qué no te veo en tres dimensiones? ¿porqué puedo atravesarte sin hacernos daño? ¿por qué no peso? ¿por qué puedo volar?
- Privilegios de las almas, amigo.
- Pues, ¿sabes qué?
- ¡Qué!
- Echo de menos mi cuerpo. Aquel cuerpo que, de noche, con su peso acurrucado en cualquier esquina, soñaba que no pesaba y que podía volar.
- ¿Cómo te llamas?
- Pedro. Pedro Calderón de la Barca.


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