viernes, 5 de marzo de 2010

Ágora


Por fin la he podido ver y ha superado todas mis espectativas. Amenábar ha hecho un gran trabajo con Ágora. La película me parece más creíble en todos los sentidos que Gladiator, por poner una comparación (ahí es nada, Ridley Scott). Las escenas de aproximación y alejamiento desde y hacia el espacio son de una poesía soberbia y nos sitúan con mayor fuerza, si cabe, en la época y en la acción que se narra. Hoy sabemos que la Tierra es redonda. Lo era también entonces, cuando las religiones lo negaban. En el espacio reina el mayor de los silencios y, mientras las gentes se desoyen y se desollan unas a otras sobre la faz de la Tierra, no se vislumbra ningún dios flotando en el infinito.

Desde el momento de su estreno en los cines, he asistido como un testigo mudo a las quejas de quienes se sienten ofendidos por el pretendido tufo anticristiano que destila toda la película. Me parece normal que a quienes están acostumbrados al cine religioso de Hollywood, con sus Túnicas Sagradas, sus Diez Mandamientos, sus 'Víctor Matures' y sus 'Charlton Hestons', etc., etc. les repatee que, por una vez, quien salga mal parada sea la religión. Incluso si la película pecara de tendenciosa y anticristiana, yo la vería como un simple granito que se posa en la pesa vacía de la balanza. Pero es que, además, resulta no ser tal: no son sólo los cristianos los que actúan dogmáticamente contra el pensamiento científico, los judíos también participan en la fiesta, así como los seguidores a ultranza de los dioses tachados de paganos por judíos y cristianos. De forma natural, las tensiones entre unos dioses y los otros se vuelven irresolubles y se concentran finalmente en las piedras o en las puntas de espadas y lanzas. Empuñándolas, la voluntad de poder, ya sea por fe o, simplemente, por mandar, que tanto da.

Cuando Hipatia le dice a Orestes que Cirilo ya ha ganado, no se refiere a la toma de poder que acaba de producirse y que supondrá el fin de la científica, está diciendo que ahí comienza la supremacía del dogma sobre la duda. Ya puede la película ser más o menos fiel a los hechos históricos concretos que pretende retratar -critiquen esto todo lo que quieran, que ahí no entro-, el caso es que, efectivamente, a ese último destello del pensamiento clásico que fue la Alejandría de Hipatia le siguió una etapa de más de mil años de oscurantismo científico. La clarividente matemática, una vez más, acertó, Cirilo ganó y nosotros perdimos para siempre la oportunidad de haber sido hoy en día viajeros de las estrellas. Y eso sí que no tiene perdón de dios.

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