Ya me parecía a mí que el egoísmo no podía ser la base sólida de nada serio y perdurable, por mucho que insistan los neoliberales que pretenden que el egoísmo individual cabalgando a rienda suelta -y cuanto más suelta, mejor- es el único motor capaz de garantizar el bien común. Hagamos una prueba y pensemos en la analogía, a nivel celular, de esos individuos que se diferencian para imponerse a los demás congéneres, haciendo caso omiso a las normas por las que deberían guiarse, con el mero fin de prevalecer como sea. Esas células originarán su propia estirpe, simpar y poderosa, envidiable a todos los efectos por su prodigiosa capacidad de proliferación, pero letal al fin y al cabo para el organismo que le da cobijo. Un suicidio en toda regla. Es lo que comúnmente se conoce como cáncer.
Luego están los que dicen que, muy a su pesar, se ven obligados a actuar así, porque así es el mundo y no les queda otro remedio ("lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo"). Con ese argumento pretenden olvidar que el mundo es como nosotros lo hacemos, la vida la inventamos y moldeamos nosotros cada día, ¿quién si no? Estas personas perciben a los otros como una amenaza -o como simples seres extraños, en el mejor de los casos- y practican el ataque como la mejor defensa posible, en una especie de darwinismo a lo 'sálvese quien pueda' o 'ande yo caliente' o 'ellos tan malos, yo tan bueno' o 'es mío, eso es mío, sólo mío'. Pensemos de nuevo en las células. ¿Egoísmo igual a bien común? Va a ser que no. Y sin embargo, nos empeñamos en lo contrario, en la ley del más fuerte. Siempre he querido saber por qué.
Ahora lo he leído de boca de Rita Levi-Montalcini, Premio Nobel de Medicina, que el próximo 22 de abril cumple 100 años. La culpa de las grandes desdichas de la humanidad la tiene el hemisferio derecho del cerebro. Su tesis demostró que este hemisferio está menos desarrollado que el otro: "El cerebro límbico, el hemisferio derecho, no ha tenido un desarrollo somático ni funcional. Y, desgraciadamente, todavía hoy predomina sobre el otro. Es la parte instintiva, la que sirvió para hacer bajar al australopithecus del árbol y salvarle la vida. La tenemos poco desarrollada y es la zona a la que apelan los dictadores para que las masas les sigan. Los regímenes totalitarios de Mussolini, Hitler y Stalin convencieron a las poblaciones con ese raciocinio, que es puro instinto y surge en el origen de la vida de los vertebrados, pero que no tiene que ver con el razonamiento. Todas las tragedias se apoyan siempre en ese hemisferio que desconfía del diferente.
La solución, clara como el agua y de una lógica aplastante, la aporta la propia científica: "Hay que comenzar en la infancia, con la educación. El comportamiento humano no es genético sino epigenético, el niño de dos o tres años asume el ambiente en el que vive, y también el odio por el diferente y todas esas cosas atroces que han pasado y que pasan todavía. [...] Comportarse de una manera razonable, saber lo que vale de verdad. Tener un comportamiento riguroso y bueno, pero sin la idea del premio o el castigo.
No sé si entienden por qué sostengo que el derecho que algunos padres reivindican para inculcar a sus hijos todo lo contrario es, cuando menos, cuestionable.
Bueeenas, oye que me gusta tu blog, lo voy a bookmear. Pasaba por aquí y me dije, coña, voy a felicitar a este muyayo. Una pregunta, ¿lo que tiene en la base del tartar es rúcula? Enhorabuena por el blog tio.
ResponderEliminarClaro, claro... Los padres sólo tendrán derecho a inculcar a sus hijos lo que usted diga... A la orden!
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