- ¿Te vas a quedar ahí como un pasmarote? Pasa de una vez, hijo mío.
- ¡Uf! Me da no sé qué...
- Pero si esto es lo mejor que ha podido pasarte. Es lo más grande que hay. Tu vida no ha tenido otro propósito que llegar a este momento. No me digas que no sientes curiosidad por contemplar lo que hay más allá de esta puerta.
- Me da mucha impresión, la verdad. Siempre he sido un hombre más bien tímido, de poquísimos amigos, y un animal de costumbres muy insulso y bastante cobardica. Las situaciones nuevas me dan miedo y no sé qué es la curiosidad. ¿No me puedo quedar como estaba?
- No. Pero, cuando traspases la puerta, podrás hacer lo que te dé la real gana. Te invadirá la felicidad eterna y olvidarás para siempre lo que es sufrir. A no ser que quieras sufrir, claro. O seguir sintiéndote mortal, que también es posible. Aquí todo es posible.
- Pero es que no me atrevo.
- Pero tampoco puedes quedarte aquí indefinidamente.
- ¿Por qué no? ¿A ti qué más te da?
- Bueno. Se puede decir que mi trabajo consiste en animar a los indecisos y en ahuyentar a los intrusos. Si te quedases aquí querría decir que yo no hago bien mi trabajo.
- Tenía entendido que aquí no se trabajaba.
- Y es cierto. Sólo trabajo yo. De puertas adentro la cosa cambia.
- ¿Y el jefe, qué tal?
- Tiene mucha mano ancha. No me puedo quejar.
- Pero habrás tenido tus roces, ¿no?
- (susurrando al oído del indeciso) ¡Que no me puedo quejar!
- O sea, que vienes a ser un portero como otro cualquiera. Me pareces bastante humano. A que a veces hasta te enfadas...
- Sí. Nada que ver con los de ahí dentro. Es lo que tiene este trabajo de recepcionista. Te contagias del espíritu de los que llegan y te mantienes en una especie de tierra de nadie... o cielo de nadie, más bien.
- ¿Y no has pensado nunca en un relevo? Yo podría sustituirte. Esto parece que ya me va gustando un poco.
- Ni de coña. Si estoy aquí pringando es porque yo tampoco he querido entrar, ¿qué te creías?
- Pues yo no entro ni loco.
- Pues la vamos a tener.
- Pues la tenemos. ¡Empieza! (en actitud pugilística).
- No. Empieza tú.
Y fue en las mismísimas puertas del cielo donde nuestro hombre dejó de ser un cobardica.
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