sábado, 2 de mayo de 2009

Escenas Celestiales III


Llevaba un buen rato (no sé, horas, días, años, milenios, tanto da) paseando muy feliz por el infinito blanco, sin divisar nada ni a nadie. Cuando menos se lo esperaba, localizó un puntito negro en lontananza y hacia allí se encaminó. Como una media hora más tarde (ya en lontananza), se produjo el ansiado encuentro.

- Psst. ¡Oye, tú!
- Quién, ¿yo?
- Si, tú. ¿Que no hay farlopa por aquí o qué?
- Por supuesto que no, qué te crees...
- Ni equis, ni popper, ni cristal... ¿ni ná de ná?
- Nada de nada. ¿Pero tú para qué quieres de eso? Ya eres lo suficientemente feliz, ¿no?
- Si, feliz del todo, quillo. Pero no me hallo sin ponerme con algo. No es que lo necesite, ¿eh?, porque yo lo dejo cuando quiera.
- Pero si además no tienes cuerpo, eres sólo espíritu, un ente inmaterial. ¿Para qué buscas sustancias?
- Es por vicio, nada más que por vicio. Me gusta estar puesto, va conmigo, lo llevo en el alma. Mis amigos me llamaban Goldenguei.
- ¿Goldenguei?
- Como el puente de San Francisco, todo el día colgado pero a lo bestia.
- Ah, ya. Bonito puente. - le dijo mientras le daba la espalda y se alejaba.
- ¡Te deseo lo mismo! - le gritó Goldenguei, repleto de felicidad, pero sin hallarse del todo.

Permaneció en el sitio algún tiempo más -hasta que el punto desapareció en la nada (o en el todo)-, pensando para sí que desearle a alguien un bonito puente en aquel lugar carecía completamente de sentido. Había sido una más de sus locuras. Figúrate. Si sus amigos se enteran, se parten la caja, imagínate, qué bueno, sus amigos... sí... en fin.

Siguió por su camino, sopesando la idea de localizar otro puntito.

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