Recuerdo muy bien la emoción que sentí al ver por vez primera la pantalla de un Macintosh. Corría el año 1991, estábamos en las primeras oficinas de Banana Computer, en Las Palmas de Gran Canaria, el ordenador era un LC II y con él diseñábamos la portada del primer disco de Los Coquillos "El Crimen Perfecto". Acostumbrado por entonces a ver monitores monocromos de fósforo, me asombraba que hubiera un escritorio y que los iconos pudieran arrastrarse... ¡con un ratón! a la papelera o que pudieran ser colocados en donde a uno se le antojara. Fue amor a primera vista o, como se suele decir, un flechazo en toda regla. Gracias a la sencillez de manejo, aprendí en unas pocas noches cómo se maqueta un disco, pero, sobre todo, supe de inmediato que quería seguir haciéndolo durante el resto de mi vida (que por entonces yo aventuraba muy corta, pero eso es otra historia). Sólo me había pasado algo igual la vez que probé a tocar una batería. Esto último se lo debo, en parte, a una aguerrida profesora de música que tuve, pero lo otro se lo debo por entero al brillante ingenio de Steve Jobs y Stephen Wozniak, unos visionarios que apostaban por la autoedición gráfica mientras otros ponían todo su empeño en que nos limitáramos a redactar cartas anodinas.
Vaya desde aquí mi más profundo agradecimiento a Jobs por tantos momentos de satisfacción personal y de íntima felicidad proporcionados con sus inventos. Se nos ha ido un grande entre los grandes. Como bien dice Manuel Almeida en su blog: "Podremos discutir muchos aspectos de su obra y sus estrategias tecnológicas y comerciales, pero lo que nadie puede poner en duda es que se ha ido un ser humano sin el cual sería imposible el mundo hoy, tal como lo conocemos". Se nos ha ido un grande entre los grandes. Bye, Jobs!
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