En Afganistán parece ser que existe la costumbre de amenizar las celebraciones de boda con la actuación de un travestido que es contratado para la ocasión. En algunos casos, la celebración va mucho más allá e incluye la muerte y posterior descuartizamiento de ese ser impuro a ojos de Alá. Después, las piezas son enviadas a la familia del pecador, para que aprenda.
Los creyentes de cualquier religión deberían hacer un esfuerzo real en depositar toda la confianza en su propio dios para que fuera éste quien impartiera justicia. Esto de ser ellos quienes tengan que 'ejecutar' (nunca mejor dicho que en este caso) los designios divinos es un marrón tremendo, porque, en un país normal, los asesinos de Zabi estarían ya frente a un juez y no reponiéndose alegremente de su resaca entre los vítores de los vecinos.
Nunca se insistirá lo suficiente en el dicho aquel que dice que "La religión es un insulto para la dignidad humana. Con o sin ella, habría buena gente haciendo cosas buenas, y gente malvada haciendo cosas malas, pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta religión."
El caso de Zabi es un claro ejemplo de esto. Conocedor en propias carnes de la hostilidad salvaje que le rodeaba, él mismo pedía que le ayudaran a salir de su país. Ese mismo país al que exportamos 'exitosamente' nuestra democracia hace ya la tira de años y en donde parece que aún quedan unos pequeños flecos por arreglar y que por eso seguimos allí... a bombazos.