sábado, 11 de junio de 2011

Escenas Celestiales CXIII


Sí que es todo un espectáculo la contemplación de la Gloria Divina, sí. Imagínate a ese pedazo de dios haciendo y deshaciendo a cada instante y a capricho lo que acontece en cada rincón de cada casa de cada ciudad o reducto poblacional del mundo, sin desatender en lo más mínimo el movimiento de los planetas, el giro de los quásares o el equilibrio de la energía oscura de todo el Universo (por no mencionar los demás Universos, si los hay). Este dios forzosamente hiperactivo recibe -sólo de la Tierra- una media de 2.000.000 de peticiones por segundo en forma de oración, entremezcladas con otras tantas blasfemias a las que por supuesto suele hacer caso omiso. Es el autor -intelectual, como mínimo- de múltiples terremotos, explosiones solares o estallidos de centrales nucleares, así como de que se editen los últimos éxitos de Georgie Dann... o hasta de que exista el propio Georgie Dann.

No para. Pero, como es dios y va más que sobrado, cada domingo -desde hace cientos de años- dedica un tiempo extra a observar quién le rinde pleitesía y quién pasa de él y esto lo registra para más adelante, que ya llegará el momento de ajustar cuentas. Y de vez en cuando, ese orgiástico espectáculo de acción pura, encarnado en un afable viejo con barbas que es todo amor, saca tiempo para dedicarle una sonrisa a las almas inactivas que le contemplan con total arrobo, haciéndolas sentirse hijas suyas. ¡Trata de imaginártelo! La contemplación de la Gloria Divina es una auténtica pasada. No hay, ni ha habido, ni habrá jamás, nada igual o parecido. La Gloria Divina es -para entendernos-... ¡la leche!

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