La "Fête de la Musique" tiene lugar cada veintiuno de junio. Ese día, al menos en Berlín, el que quiera hacer música está en su derecho de montar su tinglado en cualquier parque o plaza, con o sin grupo electrógeno, 'plugged' o 'unplugged'. El resultado es que en la ciudad suenan melodías de todo tipo por todas partes y a todas horas. Una feliz confabulación urdida quién sabe desde cuándo hace que de muchos bares y locales comerciales vayan surgiendo alargadores eléctricos como afluentes de un río que no hace sino crecer y crecer. Conforme va avanzando el día, muchas bandas de muy distinto pelaje van sumándose al espectáculo. Las plazas se abarrotan y no queda más remedio que invadir las calles. Sí señor, como lo está usted leyendo: las calles. Y se invaden con todas las consecuencias, empezando por el inevitable entorpecimiento del tráfico -pero no se oye ni una pita*, tú- y acabando con la gente haciendo grill por las aceras y bajo los andamios. Berlín se vuelve toda ella una inmensa sala de conciertos. Adonde quiera que uno mire, sólo alcanza a ver gente viva y feliz, adueñándose del espacio y del tiempo. En el aire se respira una libertad que el resto del año aguarda escondida en vete a saber dónde. La sensación de estar vivo se multiplica por cien, si no más. Por momentos, uno llega a desear detener el tiempo o que, al menos, este día se repitiera mil veces en la vida.
Así que mi consejo para los que estén pensando en visitar la capital alemana alguna vez es que intenten por todos los medios hacer coincidir su viaje con esta humilde representación del Cielo en la Tierra. No creo que se lleguen a arrepentir jamás.
*claxon
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