sábado, 4 de junio de 2011

Escenas Celestiales CXII


El Cielo es de lo más parecido a los sueños. En ellos volamos, corremos veloces como el rayo y jugamos con todas las leyes de la física y de la lógica. Nos estiramos y comprimimos como chicles sin sufrir por ello, alcanzamos a ver naves en llamas más allá de Orión, nos reencontramos con los que echamos de menos casi a voluntad y vencemos a la muerte cada vez que ello sucede. El Cielo es tan parecido a estos sueños, que casi es obligado pensar que si no soñáramos, tampoco existiría.

Pero héte aquí a una de esas pocas almas que aún recuerda haber hecho esa misma reflexión en vida. Ha descubierto -para su sorpresa- que la existencia del Cielo es independiente de que las mujeres y los hombres sueñen. El Cielo, simplemente, existe... y es exactamente como lo vaticinaban los sueños en vida: los colores y formas cambiantes a capricho, la continua distorsión del espacio-tiempo, el entendimiento con los demás por encima del lenguaje o de los idiomas, la incorporeidad que permite volar como quien nada en el éter... Todo estupendo, salvo el silencio. Ese silencio real que apenas es mitigado por los pensamientos (y sólo cuando éstos no cesan). Un silencio sepulcral y eterno, para el que jamás le (nos) prepararon. Eso es lo más difícil de sobrellevar, salvo para aquellos que en vida habían padecido de sordera. A éstos sí que se les ve completamente felices.

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