El Fondo Monetario Internacional, al que ninguno de nosotros elige y que sin embargo determina las directrices económicas de los países a través de decisiones políticas impuestas desde la sombra, tiene también su historia. La cuenta Johann Hari de la siguiente manera:
En 1944, los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial se reúnen en un hotel de New Hampshire para repartirse el botín. Con algunas honorables excepciones, como el insigne economista británico John Maynard Keynes, a los negociadores sólo les impulsa una única idea: establecer un sistema financiero global que les asegure la obtención del grueso del dinero y recursos del planeta. Para ello crean una serie de instituciones, entre ellas el Fondo Monetario Internacional.
El cometido oficial del FMI parece simple y atractivo. Se supone que existe para garantizar que los países pobres no se endeuden o, en caso de hacerlo, para ayudarles a saldar la deuda mediante préstamos y asesoramiento económico. Es presentado como el mejor amigo y guardián del mundo pobre, pero, más allá de la retórica, el FMI fue diseñado para ser dirigido por un puñado de países ricos y, más concretamente, por sus banqueros y especuladores financieros. El FMI vela por los intereses de esta casta en todas y cada una de sus acciones. Veamos un ejemplo real:
En los años 90, Malawi, un pequeño país de África suroriental, afronta severos problemas económicos, tras haber padecido una de las peores epidemias de SIDA del mundo y haber salido de una terrible dictadura, así que pide ayuda al FMI.
Si el FMI hubiera actuado según su papel oficial, habría concedido préstamos y habría guiado al país hacia su desarrollo de la misma forma que lo habían hecho el Reino Unido o los EE.UU. o cualquier otro país de éxito, esto es protegiendo sus incipientes industrias, subvencionando a sus granjeros e invirtiendo en la educación y en la salud de su pueblo.
Pero el FMI hizo algo muy diferente. Dijeron que sólo prestarían ayuda si Malawi aceptaba los 'ajustes estructurales' que el FMI demandaba. Obligaron a Malawi a vender prácticamente todo lo que el estado poseía a compañías privadas y especuladores, así como a cortar el gasto destinado a la población. El FMI exigió frenar el subsidio a los fertilizantes, pese a que eran el único medio de hacer crecer algo en el suelo devastado de su país. El FMI impuso dar prioridad a dar dinero a la banca internacional, antes que al propio pueblo de Malawi.
Cuando, en 2001, el FMI descubrió que el gobierno de Malawi había estado haciendo acopio de grandes reservas de grano en prevención de una eventual mala cosecha, le ordenó sobre la marcha vender dichas reservas a compañías privadas. Lo prioritario era obtener el dinero necesario para pagar la deuda contraída con un banco recomendado por el FMI, a un interés anual del 56%. El presidente de Malawi protestó, diciendo que tal paso era muy arriesgado, pero no tenía otra opción. El grano fue vendido. El banco recibió su dinero.
Al siguiente año no hubo apenas cosecha y el gobierno de Malawi no tenía reservas para combatir la hambruna. La población se vió impelida a comer la corteza de los árboles y los roedores que pudiera capturar. La BBC la describió como "la peor hambruna de la historia en Malawi". Había habido una caída de la cosecha aún peor en 1991-1992, pero no hubo hambruna en aquella ocasión, porque el gobierno tenía reservas de grano para distribuir entre la población. Esta vez, sin embargo, al menos un millar de personas inocentes murieron de inanición.
En el punto álgido de la hambruna, el FMI suspendió una ayuda de 47 millones de dólares, porque el gobierno había "sido lento" a la hora de aplicar las reformas necesarias, las mismas que habían desembocado en esa situación. ActionAid, la organización que sí que proporcionaba ayuda real a ras de suelo, llevó a cabo una 'autopsia' de la hambruna, llegando a la siguiente conclusión: "El FMI es responsable de este desastre."
Continuará mañana.
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