- ¿Quién es esa señora que brilla de esa forma?
- ¡Quién va a ser! La Virgen María, por supuesto.
- Y, ¿por qué brilla, si se puede saber? Nosotros no brillamos.
- Nosotros sólo somos almas. Ella es un ser humano.
- ¿Quieres decir que es de carne y hueso?
- Exacto.
- Pero en el Cielo sólo estamos las almas y Dios, ¿no?
- Y Jesús y María, que son los únicos seres humanos.
- Pues yo a María la encuentro fea.
- ¿Fea? Cuida tus palabras. Es la madre de Jesús.
- Bueno, es humana y, como tal, puede ser sometida a un juicio estético... y a mí me parece fea. Quiero decir: se supone que es la Madre del Señor, ¿no? ... pues entonces cabría suponerle una belleza extrema o casi definitiva y universal, ¿no es así?
- Más bien sí. Y en verdad es bien guapa, por lo que a mí respecta.
- Pues a mí me parece fea.
- No. Es guapa.
- ¡Es fea!
- ¡Guapa!
- ¡¡Fea!!
- ¡¡Guapa!!
- ¡¡¡Fea!!!
Y la discusión se prolongó en estos estúpidos términos, ganando más y más adeptos para cada una de las posturas por más de cinco mil años, durante los cuáles, el mismo Dios se preguntó -una y mil veces- por qué demonios se le habría ocurrido permitir que la virgen ascendiera a los cielos en carne y hueso. Una chapuza más que añadir a la cuenta.
- ¡Quién va a ser! La Virgen María, por supuesto.
- Y, ¿por qué brilla, si se puede saber? Nosotros no brillamos.
- Nosotros sólo somos almas. Ella es un ser humano.
- ¿Quieres decir que es de carne y hueso?
- Exacto.
- Pero en el Cielo sólo estamos las almas y Dios, ¿no?
- Y Jesús y María, que son los únicos seres humanos.
- Pues yo a María la encuentro fea.
- ¿Fea? Cuida tus palabras. Es la madre de Jesús.
- Bueno, es humana y, como tal, puede ser sometida a un juicio estético... y a mí me parece fea. Quiero decir: se supone que es la Madre del Señor, ¿no? ... pues entonces cabría suponerle una belleza extrema o casi definitiva y universal, ¿no es así?
- Más bien sí. Y en verdad es bien guapa, por lo que a mí respecta.
- Pues a mí me parece fea.
- No. Es guapa.
- ¡Es fea!
- ¡Guapa!
- ¡¡Fea!!
- ¡¡Guapa!!
- ¡¡¡Fea!!!
Y la discusión se prolongó en estos estúpidos términos, ganando más y más adeptos para cada una de las posturas por más de cinco mil años, durante los cuáles, el mismo Dios se preguntó -una y mil veces- por qué demonios se le habría ocurrido permitir que la virgen ascendiera a los cielos en carne y hueso. Una chapuza más que añadir a la cuenta.
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