sábado, 8 de agosto de 2009

Escenas Celestiales XVI


Pasó hace pocos días, con un amante de la música pop. Me refiero a un verdadero amante de la música pop. No alguien a quien le gusta muchomuchomucho la música pop, sino un rara avis cuya vida no habría tenido sentido alguno de no existir la música pop. Para entendernos, alguien más preocupado por el correcto funcionamiento de su iPod que por el funcionamiento de su vida. Precisamente por eso, murió en un estúpido accidente de moto, mientras trataba urgentemente de cambiar de canción con el pulgar. Era muy joven y nadie de su familia ni de sus conocidos se le había adelantado en aquello del tránsito a mejor vida, así que, cuando llegó al cielo, preguntó únicamente por las cosas que más le interesaban.
- ¿Dónde está Michael? Me encantaría conocerle.
- ¿Ves aquella lucecita titilante? Es él.
- ¿Y qué hace convertido en una lucecita? ¿Ya no baila?
- No. Ni falta que le hace. Nada en la felicidad más absoluta.
- ¿Y John? Porque estará aquí, ¿no? No lo habrás mandado al infierno...
- Está aquí, es aquella otra luz. Comprenderás que lo de Imagine, con su 'there's no heaven', no lo he podido pasar por alto.
- ¿Y George?
- Se encuentra en su cielo particular, rodeado de deidades hindúes. Falsas, por supuesto, pero él se lo cree.
- ¿Y Janis?
- Un caso perdido. No encontraba consuelo en la felicidad, la pobre. Pocas veces he visto almas tan angustiadas consigo mismas. Demasiada rabia descontrolada. Es esa otra llamita de allí. Arde un poco más fuerte que las otras, pero eso es por el alcohol.
- Pero, ¿Tú de qué vas, en realidad? ¡No has respetado la esencia de ninguno de ellos! Los has lobotomizado o los engañas, en el mejor de los casos.
- Mi trabajo me cuesta. Además, soy el Sumo Hacedor y tú no eres quién para cuestionar mis métodos.
- Pero esto es asqueroso. Seguro que ni siquiera hay música aquí.
- Sólo cantos gregorianos. Lo tomas o lo dejas. Tú verás.
- ¿Y qué si lo dejo?
- La nada más absoluta.
- Pues venga esa nada.
Y así fue como aquella alma recién ingresada en el cielo se desvaneció para siempre. Su afortunado propietario había logrado morir de verdad. Tal vez fuera una decisión algo drástica, teniendo en cuenta que jamás conocería la vida eterna, ni se reuniría con los suyos cuando fueran cayendo, pero lo cierto es que su dignidad le acompañó, intacta y esplendorosa, hasta su momento más postrero. No todos podían decir lo mismo. Empezando por el Jefe.

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