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Las vi en Hide Park, sentadas en las tumbonas. Iban de negro y totalmente tapadas. Sólo se les veían los ojos. Cuando se remangaban, dejaban ver un joyerío impresionante. Los bolsos que lucían los hubiera querido para sí la mismísima Rita Barberá. Más tarde vi otras en Harrods, haciendo sus compras y merendando exquisiteces en uno de sus exclusivos restaurantes. Sin querer, fui centrando en ellas mi atención a medida que seguía caminando por Londres, sintiéndome cada vez más incómodo con cada nuevo avistamiento. Pensé más de una vez que un nudista de compras en Oxford Circus me habría violentado menos que la visión de esas mujeres despojadas de identidad. ¿Cómo las reconocerían sus hijos en los parques si se perdían? Sus maridos disfrutaban de sus millones sin taparse y yo me preguntaba: ¿cómo es posible que alguien pretenda hacerme creer a estas alturas que en Afganistán nuestros soldados -y especialmente los británicos- están para defender los derechos humanos y la democracia?
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