Después de la reticente dimisión de Bárcenas, que tardó tropecientas semanas en llegar y que ahora parece haber sido retransmitida en cámara lenta cuando se echa la vista atrás, tres bólidos nos adelantan por el carril de la derecha dándonos un susto de muerte. Sus nombres son José María Michavila (ex ministro de justicia del gobierno de Aznar, mánager europeo de Shakira y socio del bufete de abogados EIUS), Alberto Dorrego (director del mismo bufete de abogados EIUS con implicaciones desde hace seis meses en la trama Gürtel) y Pedro García (director general de Canal 9, íntimo amigo de El Bigotes y obsequiado con trajes de la Gürtel). Estos tres próceres de la patria dimiten de sus cargos de congresistas (los dos primeros) y de director general (el tercero) y lo hacen casi sin tocar el claxon ni poner el intermitente.
Digo yo que algo gordo debe de estar cociéndose para que de pronto empiecen a sucederse contra pronóstico las dimisiones en el bando azul a velocidades que rebasan ampliamente su particular código de circulación y que recuerdan a las películas de cine mudo, por aquello de la cámara rápida y los andares presurosos. Algún chivatazo serio debe haber aconsejado que una dimisión a tiempo es una victoria o, al menos y en este caso, la menor de las derrotas.
La verdad es que, tratándose como se trata de una persecución partidista contra el PP sin fundamento alguno -azuzada por el PSOE, los jueces y la policía-, la reacción de este trío de ases me parece algo exagerada. Porque si al primer crujido de las cuadernas estos tres saltan del barco, no quieran ni imaginarse ustedes la orgía de dimisiones que se desataría en el seno del PP si la vil persecución finalmente resultara ser algo más que un ruin capricho de la Inquisición zapateril.
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