Lo más genial de todo no va a ser eso tan difícil de imaginar ahora como es la Eternidad (que no es una suma indeterminada de tiempo sino la suma total de toooodo el tiempo) ni lo que se siente sabiendo que te vas a quedar igual a partir de ese momento y por los siglos de los siglos. Lo más genial no serán los ángeles, la iridiscencia de la Gloria Divina o la bondad que lo inundará todo. Todo eso estará muy bien y seguramente superará con creces nuestras expectativas más delirantes, pero no estará ni a la altura del betún comparado con lo más genial de todo: la consecuencia que se extrae del hecho de que Dios y Jesucristo se pasen la eternidad sentados. Sí, señor, lo ha leído usted bien: ¡sentados! ¡y por toda la eternidad! Así que ya me pueden quitar de delante todas las maravillas que han sido, son o serán. Lo verdaderamente genial, único e irrepetible, aquello que sólo la transustanciación última de la capacidad divina llevada al extremo puede concebir y realizar, es ese pedazo de mobiliario que jamás se descompondrá y que soportará eternamente el peso y las posaderas de nada menos que todo un Dios... y de su subalterno. Ardo en deseos de ver esos dos muebles inamovibles: ¿serán de líneas puras o proliferarán en cambio los ribetes barrocos? ¿serán acolchados o acaso duros como el mármol?
A Javier Ortiz, algún tiempo después
Hace 1 año
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