Está prevista una manifestación o procesión atea para el próximo Jueves Santo, en Madrid. En estos momentos, las instancias públicas debaten si debe autorizarse el evento o no. Se hacen oir con el estruendo habitual los celosos guardianes de la fe que consideran ese acto un delito, por ofender sus creencias religiosas. Amenazan con reunir 70.000 firmas. No me cabe duda de que lo harán. En la otra parte, los organizadores no esconden sus intenciones: llevar a cabo un acto "lúdico" y "crítico con la Iglesia Católica" para poner de relieve "la hipocresía social y moral que representa la Semana Santa católica". Es decir, que el acto se organiza con toda la intención y que, nada más poner la muleta, los iracundos creyentes entran a trapo, pero... ¿dónde ha quedado la fuerza de la fe? ¿Por qué ésta puede llegar a sentirse ofendida o siquiera afectada por lo que digan o hagan unos simples indocumentados, huérfanos de Dios? ¿Cómo era aquello de que no ofende quien quiere, sino quien puede?
Y, de nuevo, ¿para cuándo una revisión del Código Penal en España? Digo, por aquello de que estamos en Europa y tal.
Y, de nuevo, ¿para cuándo una revisión del Código Penal en España? Digo, por aquello de que estamos en Europa y tal.
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