Todo estaba perfectamente organizado para que la comtemplación de la Gloria Divina fuera lo único que hubiera que hacer. Sin nada más de qué preocuparse, las almas se arremolinaban y se movían de aquí para allá a su alrededor, de forma sinuosa. Cualquiera que hubiera podido contemplar la escena desde la distancia habría disfrutado como un enano, observando sus movimientos en manada, que asemejaban a las limaduras de hierro que trazan las estelas de los campos magnéticos en torno a los polos de un imán giratorio. El imán era la Gloria Divina, claro.
No voy a explicar aquí en qué consiste la contemplación de la Gloria Divina, pero en verdad os digo que no es comparable a nada que cualquiera haya podido experimentar en su existencia mundana. El éxtasis es total. Sin embargo, una de aquellas almas -que también contempla constantemente la Gloria Divina, sin apartar de Ella su mirada extasiada- de vez en cuando se pregunta por qué un Dios capaz de algo tan sublime, grandioso y -efectivamente- divino, luego resulta que no puede soportar a los comunistas o a los homosexuales.
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