Toda aquella gente venía de no hacer prácticamente nada, aparte de ir a misa cada día y rezar el rosario todas las tardes de su vida. Jamás se apartaron de la norma. Incluso había curas que acudían a dar la misa cada día para no fallarles (que si por ellos hubiera sido...). Esas nobles gentes llegadas de todos los puntos del planeta Tierra (el único astro del infinito universo con candidatos a entrar en el Cielo) habían optado por llevar una existencia soberanamente aburrida y tediosa. En su edad de adultos, se dedicaron con tesón a evitar cualquier posibilidad de una experiencia que hiciera temblar, aunque fuera mínimamente, las estructuras de su fe. El camino, ahí está la Verdad. Y nunca se apartaron de él, pese a las continuas tentaciones del Maligno.
Todas aquellas gentes, de vidas voluntariamente autolimitadas, llegaron al Cielo que siempre habían anhelado, para descubrir que, entre otras cosas, no tenía domingos ni ofrecía misas con que llenar el tiempo. Toda aquella gente se preguntaba a qué iba a dedicar ahora la eternidad, aparte de rezar el rosario de memoria (que ni cuentas hay en ese lugar). Y, esperando conocer lo que es la felicidad (para la que nunca se entrenaron), se lo seguirán preguntando por siempre. Los pobres.
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