Me sumé hace cuatro días a un manifiesto que circula por ahí y que contiene un listado de cosas que podrían suprimirse en lugar de, por ejemplo, elevar la edad de jubilación. Confieso que el documento me pareció correcto y muy oportuno, y por eso lo suscribí y decidí difundirlo en este blog de ustedes. Todo parecía indicar que se abogaba por suprimir cosas superfluas o, en cualquier caso, prescindibles, con el fin de no empeorar las vidas de los más desasistidos. Sin embargo, no caí en el detalle (porque se nombra como de pasada, como si fuese una cosa sin importancia) de los traductores del Senado. Cuando lo leí me pareció una humorada de poca gracia y que no venía a cuento, así que no le hice caso alguno. Hoy he podido comprobar que todo forma parte del frente antiautonómico que el PP se ha sacado de la manga, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid con aguas revueltas y que mucha gente anda desesperada. Sostiene la derecha nacional que los idiomas de las comunidades son un lujo que no nos podemos permitir (un lujo cuyo lugar natural es la intimidad, les faltó añadir). Los traductores del Senado nos salen muy baratos (nos cuestan 300.000 € al año), si lo comparamos con lo que le damos cada año a la Iglesia Católica (6.000.000.000 €). Y ésa sí que a mi, por ejemplo, no me representa para nada.
Me han hecho un regate demagógico, me han metido un gol por entre las piernas y ni siquiera he visto el balón. Imperdonable.
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