De pequeño coleccionaba sellos. Me gustaban, en particular, los que tenían un aspecto exótico como salido de las películas de la Legión Extranjera. En ellos leí por vez primera nombres tan evocadores como Cabo Jubi, Sidi-Ifni o El-Aaiún. Sólo años más tarde entendería lo que eran las colonias (una profesora alemana de Geografía e Historia fue la encargada de hacerme ver que las Islas Canarias también eran una colonia, uno más de aquellos territorios de ultramar que muchas veces servían de lugar de destierro).
Por las tardes, al salir de clase, acompañaba a mi madre a la Asociación de Amistad Canario-Saharaui y allí ayudábamos a empaquetar ropa, alimentos, material escolar, juguetes y medicinas con destino el Sáhara. Recuerdo que sentía que aquello era la ayuda solidaria que una colonia le prestaba a la otra, de igual a igual, de los canarios a los saharauis. Ellos me hablaban en español durante aquellas largas tardes y el acento con el que lo hacían me resultaba más familiar y cercano que el cortante acento peninsular. Eran un pueblo pacífico y desarmado, invadido por sus vecinos. Su lucha era la mía. No podía entender cómo se les dejaba a merced de Marruecos y Mauritania. Me daba asco la cobardía de España, quitándose de enmedio.
Y hoy siento más asco que nunca. Una profunda náusea debida a la mayor de las impotencias. Marruecos se quita la careta y se comporta como el estado medieval y salvaje que siempre ha sido, arrasando el campamento de la Dignidad de Agdaym Izik. El gobierno español dice que hay que contenerse. La ONU no hace nada (¿Condenar la vulneración de Derechos Humanos, al menos? Uy, no.), mientras los saharauis desaparecen por centenares. ¡Hijos de puta todos! Me gustaría ser el mismísimo Zeus y poner a toda la policía marroquí en su sitio con un rayo justiciero, con un estertor demoníaco que les deje sin habla y que les devuelva al norte, de una vez y para siempre, fuera del país invadido. Una justicia infinita -ésta sí que lo sería- es lo que está haciendo falta. Cabrones.
Por las tardes, al salir de clase, acompañaba a mi madre a la Asociación de Amistad Canario-Saharaui y allí ayudábamos a empaquetar ropa, alimentos, material escolar, juguetes y medicinas con destino el Sáhara. Recuerdo que sentía que aquello era la ayuda solidaria que una colonia le prestaba a la otra, de igual a igual, de los canarios a los saharauis. Ellos me hablaban en español durante aquellas largas tardes y el acento con el que lo hacían me resultaba más familiar y cercano que el cortante acento peninsular. Eran un pueblo pacífico y desarmado, invadido por sus vecinos. Su lucha era la mía. No podía entender cómo se les dejaba a merced de Marruecos y Mauritania. Me daba asco la cobardía de España, quitándose de enmedio.
Y hoy siento más asco que nunca. Una profunda náusea debida a la mayor de las impotencias. Marruecos se quita la careta y se comporta como el estado medieval y salvaje que siempre ha sido, arrasando el campamento de la Dignidad de Agdaym Izik. El gobierno español dice que hay que contenerse. La ONU no hace nada (¿Condenar la vulneración de Derechos Humanos, al menos? Uy, no.), mientras los saharauis desaparecen por centenares. ¡Hijos de puta todos! Me gustaría ser el mismísimo Zeus y poner a toda la policía marroquí en su sitio con un rayo justiciero, con un estertor demoníaco que les deje sin habla y que les devuelva al norte, de una vez y para siempre, fuera del país invadido. Una justicia infinita -ésta sí que lo sería- es lo que está haciendo falta. Cabrones.
Me identifico con tus recuerdos de infancia porque también son los míos. Yo también viví de cerca, a través de mis padres y de muchos compañeros, esa amistad y solidaridad con el pueblo saharaui, sometido durante años a las imposiciones marroquíes y al odio que les profesan a este, su pueblo hermano, que sólo lucha por su dignidad e independencia; me indentifico con ese entendimiento de niño de lo que es una colonia con todas sus consecuencias, pues también lo comprendí en su momento, o el hecho de tener más empatía y cercanía con su acento que con el español. Y también me identifico contigo en el odio que ahora mismo me atraviesa el alma cuando veo como destruyen esos campamentos sin ningún pudor, mostrando su verdadero rostro y sacrificando a gente que vive casi en la pobreza, pero que tienen en su dignidad como pueblo su baluarte indestructible. Me uno a ti en este manifiesto, y me convierto igualmente en alguien violento, pues la rabia que me produce el que los paises giren la mirada hacia otro lado y ni siquiera se pronuncien al respecto, me parece increíble.
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