lunes, 29 de noviembre de 2010

Crónicas de Berlín X


Un domingo tan soleado y a la vez frío como el de ayer te propone que te dejes caer sobre flotadores por una rampa de nieve, desde diez metros de altura, a una velocidad endiablada. Y vas y lo haces, claro. Cosquillas en el estómago.

Un domingo tan aprovechable como el de ayer te invita a pasear por algunos de los 300 Weihnachtsmärkte (mercadillos de Navidad) que hay diseminados por toda la ciudad, cada uno con su molinillo de varias alturas, para ver cómo el Glühwein (vino caliente) alumbra los estómagos, los esófagos y los pulmones con sus vapores, hasta acabar incendiando los corazones. Cosquillas en el pecho.

Un domingo tan gélido como el de ayer te hace festejar el dinero tan oportunamente invertido en los calcetines y en las botas para la nieve. El asfalto es tundra negra y nosotros somos auténticos exploradores de la tundra. Cosquillas en los pies.

Un domingo tan navideño como el de ayer te convierte en una bola más entre las miles de bolas navideñas que se exponen en las tiendas, cada una con su brillo particular, cada una más elaborada que la anterior, cada una más espectacular que la de al lado. Cosquillas en los ojos.

Un domingo como el de ayer, en definitiva, te demuestra que estás en el país de la Navidad -en el país que inventó la Navidad- y que nunca se es demasiado adulto para dejar de escuchar cascabeles. Cosquillas en el alma.

¡Dios mío! Cuánta cursilería y cosquillas por todas partes... ¡y todavía estamos en noviembre!

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