Dice Ratzinger que la homosexualidad es algo que está contra la naturaleza. Sostiene que no hay que discriminar a las personas homosexuales, pero, a renglón seguido, este superadministrador urbi et orbe de la moralidad las llama inmorales (menos mal que no había que discriminarlas).
Tengo a Ratzinger por un tipo de lo más instruido, y no se comprende que mienta tan descaradamente y a sabiendas precisamente aquél que, por su condición de mensajero directo de Dios, jamás debería hacerlo. Porque lo cierto es que la homosexualidad está plenamente presente en la naturaleza, tanto en la especie humana como en miles de especies más y esto lo sabe perfectamente este pedazo de docto cura alemán que tan bien se hace el sueco cuando le conviene.
Para más inri, no contento con descoyuntar la realidad todo lo que haga falta para adecuarla a sus tesis, va este hombre de dios y se dedica a recluir a todos los humanos homosexuales en el delicado jardín de lo moral y lo inmoral, en el que apenas queda ya sitio, pues son legión los curas de su congregación que aguardan allí el veredicto divino a causa de la pederastia o de su encubrimiento (a ver qué es aquí lo verdaderamente inmoral, padrecito).
En verdad os digo que no sé para qué abre la boca este gris individuo, si, cada vez que lo hace, la caga. Va de equivocación en equivocación sin coger resuello y, que yo recuerde, sólo ha sido infalible cuando hace apenas unos días ha dicho que lo de la infalibilidad papal es un bulo.
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