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En la puerta del cielo hay una fuente con estatuas de los personajes de los cuentos más famosos y universales. Están Caperucita con el lobo, Blancanieves, La Bella Durmiente, Juan Sin Miedo y Rapunzel, entre otros. Sobre el agua que borbotea aletargada por las diminutas cascadas aparecen ranas y sapos de piedra, algunos con corona y otros sin ella. El simétrico conjunto queda abrazado por una preciosa arcada neoclásica en hemiciclo, coronada en lo alto por estatuas de ciervos con majestuosas cornamentas. El olor a bosque lo impregna todo y los millones de tonos verdes de las hojas de la arboleda que llena el fondo eclipsan la imponente altura de los árboles que, en algunos casos, superan los veinte metros. Es un lugar tan hermoso y evocador, que muchos son los que llegan al cielo queriendo permanecer allí para siempre, remojándose en el agua. Cuando son amablemente conminados a seguir adelante, abandonan de mala gana el lugar, con una extraña mezcla de melancolía y de vaga ilusión por lo que les espera. Cuando se deja atrás la Fuente de los Cuentos -que así se llama-, se divisa el prado en el que dos mujeres ejecutan -como si de gemelas de alma se tratase- una danza lenta y perfectamente sincronizada sobre uno de sus pies, blandiendo sendas katanas y sin temblar lo más mínimo. Para el que decide seguir adelante, la arboleda se vuelve más y más espesa. A partir de ahí, cualquier cosa es posible.
Esto no es una crónica desde el Cielo, obviamente, sino desde el 'Märchenbrunnen' que da entrada al Parque del Pueblo de Friedrichshain, en Berlín. No es una escena que tenga lugar en el Cielo, ya digo, pero sí que es celestial.
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