Para ir calentando motores ante su inminente visita a España, Ratzinguer quiere beatificar a veintipico curas víctimas de las hordas rojas y republicanas españolas. Víctimas, como él dice, "del odio a la fe". Barremos para casa, como de costumbre, y hasta ahí todo correcto. Además, el odio nunca es buen consejero, desde luego, y ya es de por sí desolador que provoque víctimas... pero hay dos preguntas a contestar, previas a las beatificaciones por ese motivo:
Primera: ¿Cómo se puede odiar a la fe? En todo caso, se podría odiar a los que la profesan de una manera determinada o a los que, amparados en ella, hacen y deshacen a su antojo. Odiar a la fe es como odiar al espíritu, al alma, a la imaginación o a la curiosidad: un absurdo. Un papa debería saber estas cosas.
Y segunda: ¿Es que no hay nadie que se atreva, no digo a beatificar -por inapropiado-, pero sí a restituir la dignidad a las víctimas del "Odio de la Fe"? Porque estas otras -que en modo alguno han sido menos- no han sido reivindicadas aún en la justa medida y así están de henchidas y de 'victimadas' esta Iglesia y su Santa Inquisición, que parece que nunca hubieran roto un plato y sólo hubieran recibido palos a lo largo de la Historia, pobrecitas ellas.
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