La historia es la misma de siempre. Cada vez que la administración de los EE.UU. desclasifica sus documentos secretos, el hedor se expande hasta los últimos confines del globo terráqueo. Le ha tocado ahora el turno a Afganistán y a las continuas matanzas de civiles que tienen lugar en esa precuela del infierno en la Tierra. Antes era un secreto a voces y ahora es ya una verdad oficial, por la filtración de 90.000 folios que trae de cabeza al Pentágono: Lo que los EE.UU. y la OTAN están haciendo en ese país -me importa un pito el nombre que se le quiera dar o los motivos que se pretendan esgrimir- no es otra cosa que una hemorragia de crímenes contra la Humanidad.
Es terrible mirar a la realidad de frente en casos como éste, y mucho más horrible aún es aceptar que España o Europa participan en la podredumbre... por caprichos de la Realpolitik, que le dicen los eufemísticos; por asegurar el suministro de gas a Occidente, que le dicen los mínimamente informados; por llevar la democracia al país, que dicen los que andan todavía en pañales, sin querer sacarse el dedo de la boca.
Nunca he entendido las guerras de rapiña -y casi todas lo son-: me provocan el mayor de los ascos. Sabemos que de esas guerras depende muchas veces el cochazo que algunos miman y abrillantan en su garaje. Supongo que nada les hace sentirse más felices que rodar sobre el asfalto despreocupadamente, sin tener que soportar a nadie y sin reparar en nada más que en el relajante murmullo del aire acondicionado.
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