Allí no hay arriba ni abajo, adelante o atrás, a un lado o hacia el otro. O más bien sí, hay todo eso, pero cada uno tiene su sistema de coordenadas particular, como en una litografía de Escher. Y, sin embargo, esto tampoco tiene mayor importancia, habida cuenta de que toda la verbena se desarrolla en 10 dimensiones y las tres en las que pasamos nuestra vida son apenas nada en comparación. Desde esa privilegiada atalaya, el universo que hoy contemplamos se ve insignificante, la parte infinitesimal de una realidad muchísimo más caleidoscópica que lo que somos capaces de imaginar -10 dimensiones, ya digo-, por mucho empeño que pongamos. Pero que no se froten las manos los que ven en esta explicación de aparente rigor científico al hilo de los más recientes descubrimientos de la física cuántica un cielo como el que nos cuenta la biblia. Porque en un sitio así, un ser estrictamente tridimensional, como vendría a ser un Jesús de carne y hueso ascendido tras resucitar, tiene menos cabida que en España un juez que pretenda investigar la corrupción o los crímenes del franquismo.
A Javier Ortiz, algún tiempo después
Hace 1 año
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