Una de las cosas que siempre me sorprendían de Trillo era verle cada año vestido de costalero o penitente en las procesiones de Semana Santa. Era el mismo Trillo de los plenos del Congreso, pero ora con capirote ora con una virgen a los lomos. El Trillo de los huevos mandados. El mismo Trillo con la misma expresión y el mismo peinado, pero con distinto ropaje. Para mí, era la encarnación astuta de ese impagable pensamiento aznarí-liberaloide del tipo 'y-quien-te-ha-dicho-que-yo-quiero-que-conduzcas-tú-por-mí' que difícilmente encaja con una actitud de mínima humildad, aunque fuera religiosa. ¿Estaría equivocado en mis apreciaciones y estaría siendo tremendamente injusto con este buen hombre?
Va a ser que no. Trillo es de los que se personan en el despacho de alguien que no fuma y se pone a fumar y hace que le traigan un cenicero. Esto puede ser visto como un simple gesto de descortesía o de pésima educación, pero es mucho más. Hay mil maneras de hacer ver quién manda y no todas consisten en introducir la cabeza de un caballo en la cama de alguien o en hacerle ofertas que no pueda rechazar. La reunión de Trillo con Hinojosa, el jefe del sastre que le hizo los trajes a Camps, es un claro ejemplo de cómo algunos se recrean en el empleo de los resortes del poder. Lean cómo fue la reunión contada por un testigo, con cuidado de que no se les desencaje la mandíbula del asombro.
Los familiares de los soldados fallecidos en el accidente del Yak-42, que aireaban sus quejas ante el propio Trillo, llamándolo de todo menos bonito, pueden estar medianamente satisfechos. Sus sospechas eran fundadas. Incluso puede que se quedaran cortos.
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