Que el patrimonio histórico-artístico de la Humanidad está siempre en peligro y demasiado expuesto a las acciones disparatadas de algún inconsciente lo sabe hasta el Tato. Ejemplos hay a miles. Uno de los más graves ha sucedido no hace mucho en Irak, de donde han desaparecido muchos siglos de cultura mesopotámica, entre bombazos y saqueos varios, sin que aún sepamos explicarnos cómo es que el ejército estadounidense no ha logrado impedirlo. Los inconscientes de aquella historia se llamaban George, Tony y José María, pero aquello era una causa justa, dictada por el mismísimo Dios al más viejo de los tres.
En España, más concretamente en Sevilla, el patrimonio histórico ha sufrido la pérdida -reparable, eso sí- de una articulación de la figura del Jesús del Gran Poder. La conmoción ha desbordado las calles hispalenses y ojalá fuera por tratarse de una figura de Juan de Mesa y por lo tanto de una obra cumbre de la imaginería religiosa española que habría que preservar a toda costa, dada su enorme calidad artística, pero creo que el escándalo generalizado se debe más bien a la devoción por lo que la figura representa y por la profanación del símbolo religioso.
En las noticias he visto señoras destrozadas y deshechas en lágrimas. No es justo tanto sufrimiento. Si yo fuera cura, saldría a tranquilizarles en este mismo instante, haciéndoles ver que el Señor, forzosamente, ha debido querer que sucediera esta desgracia, porque, pudiendo hacerlo, nada hizo para impedirlo. Así pues, Dios lo ha querido. ¿Que a santo de qué? Caminos inescrutables. Pero lo ha querido.
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