sábado, 26 de junio de 2010

Escenas Celestiales LXII


- ¡Hay que ver! Nos pasamos toda la vida mirando hacia arriba, pensando que el Cielo estaba sobre nuestras cabezas... y al final resulta que no.
- Sí. ¡Quién nos lo iba a decir!
- Es que había cosas que llamaban a engaño, ¿no es cierto?
- Sí. Lo de la ascensión de Jesucristo, por ejemplo.
- Eso. Y la de María.
- Exacto. Y lo de los rayos lanzados desde arriba por Zeus.
- Y los truenos provocados por el martillo de Thor... ¿cómo no íbamos a pensar que todo esto sucedía encima de nuestras cabezas?
- Y las alas de los ángeles. ¿Qué me dices de las alas de los ángeles? Las alas sirven para volar y el cielo es el lugar donde veíamos volar a las aves.
- No se nos puede culpar por haber creído que el cielo estaba en el cielo, está claro.
- Desde luego que no.
- Además. ¿Cómo iba nadie a imaginar que el cielo resultara ser esto?
- Es verdad. Nadie hubiera podido imaginarlo.
- Porque contraviene cualquier ley de la física y resulta imposible de creer.
- Tanta grandiosidad y magnificencia recogidas en poemas, libros, mitos... y resulta que estamos todos recluidos en un punto matemático sin dimensiones.
- Sí. Y es increíble lo bien que se está. Se supone que deberíamos andar algo apretados, pero nada. Aquí todo el mundo hace y deshace a su antojo.
- Cosas de ser sólo almas, supongo.

Esta conversación tenía lugar en un punto matemático sin dimensiones, pero con coordenadas -aunque indeterminadas por aquello del principio de incertidumbre, claro-, en el interior de un átomo de hidrógeno de una molécula de agua envasada para consumo por una lujosa marca francesa de prestigio internacional. Antes, el mismo átomo había formado parte de muchísimos compuestos y había pasado por más de ochocientos millones de organismos vivos, plantas, hongos y animales de todo pelaje, entre los cuales cabía destacar al extinto pájaro bobo y, más recientemente, a Belén Esteban, que se quitó el cielo entero de encima y de un plumazo, sin saber que lo hacía, ante miles de telespectadores en prime time, con ese gesto tan suyo, y a la vez tan intrascendente, de limpiarse una legaña y tirarla al suelo.

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