viernes, 13 de noviembre de 2009

Las cuentas de colores


Con abalorios de cuentas de colores y agua de fuego -dicen- se conquistaron las anchas praderas de América del Norte. El espíritu de aquellos aguerridos colonizadores pervive hoy en todos aquellos que no desperdician cualquier oportunidad de hacer negocio a costa de los congéneres menos avispados. Los conocemos bien. Llegan, miran y se frotan las manos paladeando la inminente victoria y salivando en exceso (los mejores cierran convenientemente la boca, para que no se les note). El otro día me llamó uno de ellos por teléfono desde Madrid. Quería que invirtiera en bolsa. Le contesté que no me interesaba. Insistió en mostrarme las cuentas de colores: "Puedes ganar mucho dinero." - me dijo. "Gánatelo tú, a mí no me interesa." - le contesté, con tono intencionadamente cortante. "¡A todo el mundo le interesa el dinero!" - les juro que pude escuchar los signos de exclamación... y también su repentina falta de saliva. "A mí no." - acerté a decirle con la mayor frialdad que pude. Murmuró algo para sí que no supe entender y colgó sin despedirse. La amabilidad del principio se esfumó a la francesa. La próxima vez lo intentará con agua de fuego, me dije. Porque habrá próxima vez, seguro. Este tipo de gente no ceja en su empeño. Y es bueno que así sea, porque el mundo avanza gracias a ellos, ¿no? Los indios americanos no entendían que la tierra o el agua se pudieran vender y comprar. Estúpidos.

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