jueves, 5 de enero de 2012

Reyes Magos



Recuerdo la tarde de Reyes de hace ahora un año, junto a mi hija de siete, que no acababa de tenerlo claro mientras veíamos por internet varias cabalgatas españolas en simultáneo: “¿Cómo es que tienen más de 2.050 años y se les ve tan bien, con esas caras tan brillantes?” “¿Cómo pueden estar a la vez en Las Palmas de Gran Canaria y en Madrid?” “Ni siquiera son los mismos… fíjate, papá, las caras son distintas.” Su capacidad de razonamiento estaba chocando estruendosamente con algo absurdo que siempre hemos dado en llamar “la magia de los Reyes Magos”. A día de hoy, en su colegio berlinés, los compañeros de clase (los mismos que sin embargo aseguran que dios existe) le dicen que los Reyes son los padres. Ella contesta invariablemente que no, que ella los ha visto todos los años con sus propios ojos, montando sobre enormes camellos en enormes procesiones y ante los ojos de toda una ciudad, mientras que a Dios no lo ha visto en su vida, ni siquiera cuando viaja en avión. Además, de ellos obtiene regalos tangibles, mientras que del otro...

Sé que de este año no pasa. En los próximos meses (¿semanas, días?) acabará atando los pocos cabos que le faltan hasta llegar por sí misma a la conclusión de que todo es mentira. Pero esta noche dormirá completamente feliz, después de haber pasado la tarde entera ansiando que llegue el día de mañana, el mejor día del año. De cada año suyo.

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