De todas aquellas almas, las que peor lo llevaban eran aquellas que en vida se habían dedicado a tareas de mantenimiento de edificios y espacios domésticos. Los únicos elementos que en aquel lugar podían llegar a precisar de sus servicios eran la cerradura o los goznes de las puertas de acceso y las sillas del Jefe y su Subalterno, porque otra cosa no había, como es bien sabido. Una vez cada doscientos años, más o menos, el desgaste obligaba a revisar y, llegado el caso, reponer algún componente, pero ya se encargaba San Pedro de hacerlo ipso facto por obra de algún milagro, dejando a las almas postulantes con cara de idiota al ver que, una vez más, se quedaban sin posibilidades de autorrealización. Mal asunto, ser de mantenimiento no teniendo nada que mantener.
A Javier Ortiz, algún tiempo después
Hace 1 año
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