Y luego están las arpas, que ése y no otro es el instrumento con el que los ángeles se dedican a musicar el ocio infinito. No sé cómo reaccionarán el oído o el pensamiento humano a un concierto de arpa ininterrumpido de, pongamos, mil doscientos trece días de duración (digo, por no mentar la eternidad). Incluso en el caso de que las escalas fueran variando de la dórica hasta la mixolidia, pasando por todas las demás, llegaría un momento en que cualquier alma normal se saltaría la tapa de los sesos (si la tuviera, claro). Que la música que interpretaran los ángeles consistiera exclusivamente en adaptaciones de los grandes éxitos de Georgie Dann apenas supondría un gramo de crueldad añadida a tamaña tortura. Menos mal que para las ocasiones especiales (Juicio Final y cosas así) se tienen reservadas las trompetas, pero ése es ya otro cantar.
A Javier Ortiz, algún tiempo después
Hace 1 año
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