No daba crédito a lo que veía. Ante él desfilaban almas 'ataviadas' de color naranja, recitando sin parar "Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare, Hare Rāma, Hare Rāma, Rāma Rāma, Hare Hare", acompañados de un sonido ensordecedor de tambores y crótalos, aunque no los hubiera por ninguna parte (¿cómo iba a haberlos?). Enmedio de todo aquello, Krisná, el octavo avatar de Visnú, se dejaba adorar muy gustoso por aquel ejército de posesos arrebatados y, para que todo les fuera más agradable, de puro generoso había ambientado el lugar como si del mismísimo Picadilly Circus se tratase. Y ahí tenías a esa especie de mermelada naranja subiendo y bajando por Shaftesbury Avenue, blandiendo sus Salagrama shilá y sin parar de cantar y bailar. Y así por toda la Eternidad. Él, por supuesto -al igual que antes de él lo hicieran tantos miles y miles de millones-, mandó a mudar todas las creencias que había profesado hasta la fecha y se adhirió a la masa. ¿Qué otra cosa podría hacer?
A Javier Ortiz, algún tiempo después
Hace 1 año
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