sábado, 3 de diciembre de 2011

Escenas Celestiales CXXXVIII



Para él fue muy sencillo. Nada más llegar preguntó por ella y le dijeron sobre la marcha dónde podría encontrarla. No pasó ni un nanosegundo y ya estaba a su lado. Como si el tiempo no hubiera pasado, presentaba el mismo aspecto que había tenido cuando le dejó tantos años atrás, en medio de la noche y sin poder despedirse.

Para ella fue más difícil. Le había dejado siendo él apenas un niño y ahora se encontraba con un anciano desconocido que no dejaba de abrazarla fuertemente. Dejó un alma todavía por construir, con todo el futuro por delante, y se encuentra con un deshecho humano al que la vida le ha pasado por encima. Lo reconoce al cabo, claro, porque el instinto materno le dice que es él (porque las almas conservan el instinto materno, ¿no?), y pasa los siguientes eones escuchando con dolor sus miserias y consolándolo, pero sin apartar la mirada de aquel dios que lo ha consentido todo. Durante el resto de la eternidad le mirará de reojo, cada vez con más furia.

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